La tecnología explota y acelera los cambios sociales mientras un
puñado de visionarios prefigura el mañana desde agencias, universidades o
compañías de telecomunicaciones que imaginan, y a la vez construyen, el
porvenir. ¿Cómo será el mundo dentro de diez o cuarenta años? ¿Cuán
acertados serán sus vaticinios?
Predecir el futuro también es un negocio.
No solo para la industria
de la ciencia ficción, el mercado de los futurólogos o para los
practicantes de alguna mancia. Es un oficio terrestre, una especialidad
dedicada a sugerir una dirección hacia donde pensar lo que vendrá. Cual
astrólogos modernos, los gurúes de lo no-acontecido se ganan el pan a cambio de sus profecías seculares.
A veces dicen lo que sus consultantes quieren oír. Otras, como las
pitonisas de Delfos, responden con sentencias en forma de verso. Y como
las adivinas temerosas del fracaso de su clarividencia, buscan inspiración en la observación directa de la realidad. Aunque resulte obvio, quienes predicen la ciencia y la tecnología del mañana tantean un poco en la oscuridad. Leer más y vea este documento visual
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